De vaca a bistec. De cerdo a jamón. De gallo a nugget. Unos 925 millones de animales fueron sacrificados para el consumo humano durante el año 2019, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Hablamos de que más de dos millones y medio de animales mueren al día para convertirse en comida solo en España.

“La gente tiene que conectar con lo que pasan los animales desde las granjas hasta que llegan al plato. Hay algo más: hay una vida que ha sido sesgada”, afirma el activista, dedicado a la abogacía y al derecho animal, Carles Lorente.
Hay un eslabón de la cadena alimentaria que suele pasarse por alto gracias al interés y al exhaustivo trabajo que realiza la potente industria cárnica: el que sufren los animales desde la granja, ya sea intensiva o extensiva, a la boca de los humanos. En resumidas cuentas, podríamos decir que los animales son apelotonados en camiones sin comida ni agua -algunos de ellos es la primera vez que ven la luz del sol- y trasladados a frías infraestructuras diseñadas para matarlos a gran escala lo más rápido posible. A modo de ejemplo, la empresa catalana Olot Meats, líder en el sector porcino, publica en su página web que puede acabar con la vida de entre 14.000 y 18.000 cerdos al día en unas de sus instalaciones.
En 2010 en Toronto (Canadá) nacieron las vigilias veganas, llamadas en inglés Slaughterhouse vigil, que llegaron a España a finales de 2017. En éstas los activistas animalistas intentan que los camiones que llegan a las puertas de los mataderos paren con el objetivo de ver a los animales, darles el último adiós y recoger información sobre el estado en el que llegan para difundirla a toda la sociedad. Después, los vehículos entran en el recinto para descargar a los animales. Si hay suerte, alguno de ellos se salvará de la muerte y acabará en un santuario de animales. Las vigilias veganas, que pueden durar varios días o desde la tarde hasta la madrugada, son actos pacíficos organizados por asociaciones como la internacional Animal Save Movement.
“En cierta medida, les damos unos últimos minutos de compasión o amor antes de que vayan a ser asesinados. Les damos unos momentos de tranquilidad y de paz, acariciándolos. Incluso, si nos lo permiten, les ofrecemos agua porque vienen sedientos y hambrientos. Es una última brizna de humanidad”, explica Carles.
Como él, Raquel Muñoz, activista y bióloga ambiental especializada en zoología, también ha asistido a varias vigilias veganas. “Hay mucha tensión en el ambiente y un olor indescriptible. Los animales tienen miedo y estrés, y muchos de ellos llegan ya muertos”, cuenta. En la misma línea, sigue Carles: “Los animales están sedientos, hambrientos, asustados… no entienden qué pasa… llegan a un sitio que huele a muerte, a sangre, a tripas… en el que se escuchan los gritos de los otros animales que están matando dentro o de los que están entrando o en otros camiones”.
Según explican los activistas, por lo general, tanto los transportistas como los empleados de los mataderos, suelen dejarles tranquilos mientras llevan a cabo su acción. Sin embargo, en algunas ocasiones, algunos camioneros no paran -e incluso aceleran- los vehículos poniendo en riesgo la vida de las personas que allí se concentran. El 19 de junio de 2020, la activista por los derechos de los animales Regan Russell murió atropellada por un camión de la industria cárnica durante una protesta delante de un matadero situado al oeste de Toronto. En febrero de 1995 falleció Jill Phipps en Inglaterra también tras ser arrollada por un vehículo cargado de terneros en una protesta contra el transporte de animales vivos.
Por otro lado, hay parte del personal del matadero que expresa sus ganas de encontrar otro trabajo. Porque no olvidemos que los matarifes y el resto de los trabajadores de estos centros sufren graves secuelas físicas, psíquicas y sociales derivadas de su oficio. Ellos son los otros animales explotados de la industria cárnica.
Un cóctel de emociones
“Cuando iba a una vigilia no me centraba en mis emociones: quería documentar y transmitir las que sentían los animales e intentar salvar alguna vida. Después, al volver a casa, podía pasarme cuatro o cinco días llorando”, dice Raquel, quien añade: “Te produce mucho dolor y tristeza, y te marca a nivel psicológico”. La bióloga ha sacado fuerza de esos sentimientos negativos y hoy se dedica a un activismo más positivo, ayudando a los animales en protectoras y santuarios y difundiendo cómo viviría un animal sin ser oprimido.
“Tienes una mezcla extraña de emociones que tienes que dejarlas ir. La emoción más fuerte es la de tristeza e impotencia porque ves esos camiones repletos de terneros, de cerdos o de pollos broiler, camionetas o remolques con ovejas o con caballos… Te entristece enormemente y a la vez te sientes impotente porque crees que no hay una forma de acabar con eso y parece que no tiene ninguna utilidad lo que estás haciendo: que tu estés allí no va a impedir que entren, los vayan a matar, descuartizar y luego vayan a ser servidos en bandejas para ser comidos”, afirma Carles.

Y agrega: “Pero, a la vez, también te empodera porque piensas que lo que estás haciendo tiene un sentido para el resto de las personas que están en ese momento contigo, un uso que es acompañar a estos animales y darles ese cariño. Quizás es un sentimiento egoísta ya que te sientes bien o mejor porque le estás dando a ese animal un último halo de humanidad, pero realmente lo que queremos es que ellos se lleven la sensación cuando se vayan del mundo, cuando les arrebaten sus vidas, de que hay gente que piensa y que cree que ellos no deberían morir”.
Las vigilias veganas persiguen dar voz a aquellos que no la tienen e intentan generar empatía y compasión. El movimiento está comprometido a seguir la lucha no violenta y sigue los pasos de otros activistas de derechos civiles como Gandhi y Martin Luther King.
¿Qué hay que tener en cuenta antes de acudir a una vigilia vegana?
“Todo el mundo podría ir, pero sí que tienes que estar un poco mentalmente preparado, es decir, si justo acabas de hacer el cambio al veganismo te va a costar. Yo llevaba unos cinco años siendo vegano y en mi segunda o tercera vigilia en un matadero de cerdos en Olot, lo pasé muy mal. Volví muy mal. Lloré mucho porque me afectó mucho ver todas esas cantidades ingentes de cerdos hacinados en camiones y sus miradas, sobre todo te afectan mucho sus miradas… es muy profundo”, añade Carles.
“Deberían ir a las vigilias veganas personas que consumen productos de origen animal para que sean conscientes de a que están contribuyendo. Muchas de estas personas, incluso viendo alguna foto, no quieren conectar o no quieren creérselo”, dice Raquel. En este sentido, Carles nos cuenta que tiene compañeros que asistieron a este tipo de acciones sin ser veganos y han acabado haciéndose.
“Las vigilias veganas son un movimiento muy necesario. Estoy muy orgulloso de que una parte de la humanidad haya reaccionado y espero que la otra parte, aún muy amplia, lo haga”, concluye Carles. Quizás, si, como reflexionó el cantante Paul McCartney, los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos. Quizás, si todos participáramos en vigilias veganas, dejaríamos de contribuir al sufrimiento animal.