Miles de cetáceos son brutalmente asesinados por tradición y sustanciosos beneficios económicos.

Lo hemos visto hace pocos días en las Islas Feroe, región autónoma de Dinamarca ubicada en el Atlántico Norte. En un fin de semana, más de 1.500 delfines fueron asesinados por hombres que los perseguían, acorralaban y mataban a cuchillazos. La cacería se conoce como ‘grindadráp’ y tradicionalmente era utilizada por los adolescentes para celebrar su llegada a la edad adulta.
Hasta ahora las autoridades han contestado a las críticas argumentando que se trata de una larga tradición y que la industria pesquera es una de las actividades económicas más importantes del lugar. Este año, sin embargo, han anunciado que evaluará el futuro de la caza de delfines tras la polémica causada pero no ha concretado nada más.
El mar se torna de rojo también en la bahía de Taiji, localidad situada en el sureste de Japón. Durante los meses de septiembre a marzo miles de delfines, que llegan siguiendo su migración anual, son acorralados y conducidos hacia la orilla. Unos pasarán a divertir a numerosos espectadores humanos en acuáticos y zoológicos, otros morirán apretujados tras una sangrienta caza y algunos de los más pequeños conseguirán volver al océano debilitados.
En 2009, el documental estadounidense The Cove, sacó a la luz la matanza de delfines en este pequeño pueblo costero. Tal y como se puede observar en el citado trabajo, galardonado con un Oscar, los pescadores de Taiji introducen en el mar postes largos y los golpean con martillos para crear un muro de sonido que asusta a los delfines, criaturas que basan su comportamiento en la información acústica que reciben, y los acorralan hacia la orilla, donde son encerrados con redes.
Al día siguiente, unos entrenadores seleccionan ejemplares para los delfinarios, principalmente hembras jóvenes de delfín mular, la especie popularizada por la serie televisiva Flipper desde los años 60, y los venden en diferentes partes del mundo: acaban en zoológicos y parques acuáticos sometidos a entrenamientos intensivos para espectáculos circenses. Se trata de un suculento negocio, ya que cada delfín puede venderse por unos 150.000 dólares (unos 110.000 euros), según los activistas. El mayor proveedor de cetáceos de este comercio millonario es Taiji.
El resto de los animales son encerrados por una flotilla de pequeñas embarcaciones en una cala de poca profundidad, tapada con lonas por los pescadores para evitar así poder ser vistos, donde son aniquilados. Hasta hace poco los pescadores acababan con la vida de los cetáceos provocando su desangramiento con cuchillos y lanzas, lo que convertía la ensenada en un enorme lago de sangre. Sin embargo, el Gobierno prohibió este método e introdujo uno “más humano que acorta el tiempo de su muerte”, según las autoridades.
Este procedimiento implica la inserción repetida de una barra de metal para romper la médula espinal, seguida del taponamiento de la herida para evitar la pérdida de sangre en el agua. Para los ecologistas de Sea Sheperd, este modus operandi provoca “una muerta lenta y asfixiante” ya que no se daña el cerebro de los delfines, unos mamíferos que presentan habilidades cognitivas complejas y poseen conciencia de sí mismos.
Los delfines son trasladados después a los mataderos para ser despiezados, y de allí a los mercados y supermercados, a pesar de que su carne contiene altos niveles de mercurio y otros metales pesados y elementos tóxicos al tratarse de un animal que se encuentra en lo alto de la cadena trófica en un mar contaminado.
Los pequeños mamíferos marinos no están amparados por la Comisión Ballenera Internacional, por tanto, su caza comercial no está prohibida. Sí que lo está la caza de ballenas aunque una laguna en la moratoria la sigue permitiendo con supuestos fines científicos y, por tanto, las siguen matando.