
Dice la leyenda que en el siglo XIX un campesino, conocido como Xat de Benaiges, de la localidad de Valls (Tarragona), preparó unas cebollas a la brasa y se quemaron. En lugar de tirarlas, les retiró las capas quemadas y descubrió que por dentro estaban tiernas y tenían un gusto dulce.
A partir de los años 50 del pasado siglo se empezó a extender la costumbre de comer estas largas cebollas, los calçots, y hoy es uno de los platos típicos de la gastronomía catalana. A partir de los años 70 los restaurantes empezaron a ofrecer menús calçotada que además de las verduras incluye un segundo plato de carne… prescindible totalmente.
Lo que no es prescindible es la salsa romesco, elaborada con tomates, ajos, pan, almendras, pimientos rojos secos, aceite de oliva, vinagre, sal, pimienta y romero.
Los calçots se cocinan sobre la llama viva, por tanto no hay que esperar a que se haga brasa. Otra manera de prepararlos es al horno. La temporada de calçots suele ir de noviembre a abril aproximadamente… así que, ¡todavía hay tiempo! Yo llevo dos años de calçots en Maur Urgell (Comte d’Urgell, 9, Barcelona), restaurante de cocina catalana, muy satisfecha.